martes, 16 de septiembre de 2008

David Foster Wallace está muerto y nosotros no


Desde que leí por primera vez una sola línea de Foster Wallace me di cuenta que él no contaba nada vacío.

De hecho llenaba cualquier contenido literario por muy procaz, prosaico o anodino de cultura, de vivencia, de vida vivida o imaginada en algún rincón de la existencia. De su existencia.

Para él el fenómeno literario era como su broma, infinita, como la broma que nos gasta Dios como si fuéramos alguno de los replicantes de Blade Runner, convirtiéndonos en seres errantes en busca de respuestas y , sobre todo, en busca de nuestro creador.

Foster Wallace entra en el recóndito Olimpo de quien se ha ganada estar ahí porque nadie más podía estar en su lugar allí, porque rompe con las reglas de la necesidad y se convierte en fundamental, y después de él nadie se da cuenta de que ya no está.

Porque su presencia es infinita, y se multiplica en el tiempo y en el espacio de celulosa y tinta, y ahora de plasma y luz, donde a él le gustaba reflexionar sobre el porqué de escribir o de ser descrito.

Pero su reflexión a menudo le llevaba a darse cuenta de que describir era ser descrito, insustituible amenaza de la subjetividad que ni siquiera la tecnología puede reemplazar.

Como en uno de sus libros, en Extinción, aparentar e impresionar por fuera te vacía por dentro porque te das cuenta de que cuanto más quieres ser por fuera menos eres por dentro, siempre con la reserva de la duda sobre el espíritu libre, que puede romper con la vorágine.
Pero su propia experiencia, en la California de la cultura del cuerpo y mente que en New York también impera por sectores de población, le decía que en el mundo que le había tocado vivir no había término medio ni expectativas suficientemente alagüeñas para pensar que esa misma vorágine de "Consumo, luego existo", puede cambiar a corto plazo.

Y alguien que amenaza con suicidarse desde hace meses y no ve horizonte cuando contempla un atardecer, o más bien no obtiene placer por contemplar ese atardecer porque la sociedad que le rodea no se lo permite, sin duda es un objeto de expectación y curiosidad para los que de vida ociosa, cultura y decadencia nos honramos con ver pasar los días y los años en su continuidad a veces gloriosa subjetivamente y a veces mediocre hasta la náusea.

Hay en psicología un término que expresa la diferencia entre los individuos que bajo condiciones experimentales siempre eligen una recompensa inmediata menor a una recompensa mayor pero un mes después del experimento.

Wallace era de los que exigían continuamente una recompensa en forma de broma infinita que nunca le llegó definitivamente.

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ARTE Y DISEÑO ENTRE LO DIGITAL Y LO HUMANO

Tras varios años trabajando los medios digitales, ahora me dedico a publicar relatos cortos e historias mientras me adentro en lo más profundo de las artes plásticas...

La isla de cemento

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