

El arte contemporáneo posee el mismo magnetismo que un lienzo en blanco o una pantalla de televisor, según cómo se mire.
Un yermo para el arte puro, un oasis para la conceptualización más insípida o un infierno para la belleza.
Una galería abandonada a su suerte que en la oscuridad urde los más inusitados y magnificientes colores, y donde, aunque escondido en sus suelos reflectantes, un busto clásico aparece como un fantasma del verdadero arte olvidado.
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